Siguiendo la estela dejada por la anécdota del beso de la muerte que os narrábamos hace varias semanas, hoy relatamos otra de las pericias del piloto italiano en el Autòdrom Terramar.
A pesar de cosechar la mayor parte de sus éxitos deportivos subido a un Alfa Romeo P3, Tazio Nuvolari tuvo una brillante carrera en el motociclismo. El piloto italiano obtuvo hasta noventa y cinco victorias en circuitos de todo el mundo entre 1924 y 1930, a los mandos de una Bianchi 350, la mítica Freccia Celeste (Flecha Celeste). Sin embargo, una de sus mayores hazañas encima de una moto, la que le hizo valerse el apelativo de il mantovano volante (el mantuano volador), tuvo lugar en el Autòdrom Terramar…
Tenemos constancia, tal y como explicábamos en el anterior artículo, de que Tazio Nuvolari gustaba de entrenar en el Autòdrom Terramar. El piloto, que a menudo corría en una Borgo, solía deleitar a los espectadores con acrobacias espectaculares. Así, y como si de una half-pipe se tratara, el italiano tomaba la curva norte del circuito en una trayectoria tangencial saltando varios metros por encima de la curva… La pericia que requiere una maniobra de este estilo –teniendo en cuenta que, en el caso de el Autòdrom Terramar, no existe una pendiente de retorno-, la hace muy difícilmente imitable.
No cabe la menor duda que Nuvolari fue, por su destreza y su inventiva, todo un astro de su generación, además de un pionero. Un hombre que, como el mismo Enzo Ferrari recordaría en sus memorias, era toda una caja de sorpresas: “La primera vez que conocí a Nuvolari, fue frente a la Basílica de San Apolinario, en Classe, cerca de Ravena, durante la celebración del 2º Circuito del Savio. En un primer momento, no tome en ninguna consideración a aquel hombrecillo pequeño y delgado, pero durante la carrera, me di cuenta de que ese “hombrecillo” fue el único que me puso en aprietos, y a punto estuvo de quitarme la victoria”.
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